De entre todas las maneras de estar en el mundo, me ha tocado la menos perceptible; una que irradia extrañamiento y desconfianza, una por la que los místicos querrían transitar transidos y traspuestos.
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¿A quién le importa que te ocultes entre la espesa jungla que rezuma los jugos de la fruta verde? Yo sigo presintiendo tu presencia en cada caoba húmeda, en cada orquídea de invernadero y en cada babosa aplastada. Preveo que tu estancia en este hábitat será corta, seguramente no aguantes el tifón que está asolando las barracas donde se esconden los escuadrones de la muerte. Mañana puede que carezca de sentido esta continua prolongación de la incertidumbre.
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Pináculos y chapiteles que lancean el tornasol del cielo con una punta de obsidiana seca. Arranca la pechina como un abanico desplegado frente a una iguana pétrea. En los bajorrelieves platerescos las figuras se aplastan y retuercen, queriendo alcanzar el volumen de la musculatura sin dejar de ser planas.
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Me da igual que te escurras por un trapo deshilachado; que te comas la nieve como si fuera un merengue, me da igual. Me da igual que escarbes con las uñas partidas en el estuario del Neva; que te enroles en un mercante para circunnavegar un susurro, me da igual. Me da igual que al gluten del cereal se le añada misericordia; que alguien nos dé un beso y que después se limpie los labios, me da igual. Me da igual que incineres nuestros recuerdos a baja temperatura; que revienten las vetas del pedernal, me da igual. Solo volar y traspasar el aire no me da igual.
(Anticipo del libro de Mario Pérez Antolín titulado La más cruel de las certezas que editará Baile del sol en mayo)