Bien, diría que escribo desde niño, consecuencia posiblemente de mi amor por las historias, por las películas, por los libros, y empecé a recibir gratificaciones como ganar los concursos de cuentos de mi pueblo, algo que uno no debería recordar pasado un tiempo, salvo por el hecho de que desde el principio tuve claro que aquello eran palmadas en la espalda que me animaban a continuar. Con 14 años tuve un reconocimiento un poco más notable al ganar el premio de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, «Siguiendo los pasos de Agatha Christie», pero en cualquier caso a esa edad ya tuve claro que seguiría escribiendo siempre. Que no escribir no era una opción.
Pero pasando ya una breve biografía con un poco más de fundamento, los últimos años han estado lleno de recompensas, aunque en una proporción mínima respecto a mis fracasos o decepciones. Tras cada concurso ganado hay muchos perdidos. Tras cada regalo a mi ego hay muchas curas de humildad.
En esta trayectoria tengo que mencionar, obviamente, el certamen literario «Café Compás», que ha sido mi particular ballena blanca. En el 2008 fui finalista con el relato «Hombres de frontera», probablemente mi particular homenaje a la épica desencantada de Bruce Springsteen- creo que el disco Nebraska es la banda sonora inconfesada de ese cuento- y en el 2009 volví a ser finalista con el cuento «Obras maestras de la literatura universal», que considero una broma maliciosa sobre el valor presuntamente catártico de decir la verdad, y tal vez(no sé si debo decir esto), mi particular ajuste de cuentas con la Alta Cultura Oficial y sus apóstoles. Pero en fin, son relatos muy cortos para sacar tantas interpretaciones.
En este camino debo mencionar con mucho cariño el certamen literario Villa de Colindres. En el 2010 recibí el segundo premio por mi relato «Dinero», que fue una especie de terapia personal tras una insignificante anécdota a la que di más importancia de la debida, y en el 2011 gané el primer premio con el relato «Obra coral», que pretendía ser una historia levemente humorística sobre la venganza, la creatividad…y, a nivel tal vez psicoanalítico, sobre lo mal que ciertos tribunales, de lo que sea, pueden hacertelo pasar(los ex opositores somos expertos en estas cosas). Por supuesto tengo ejemplares de ambos relatos si alguien estuviera interesado en leerlos.
Y en fin, al año pasado di un salto cualitativo al ganar el Premio de Novela Corta Fundación Monteleón con «La variable humana», posteriormente editada por Gadir. Esta novela trata de algunas de mis obsesiones(algunas curiosamente mencionadas en el relato «Obra coral»), como la naturaleza de la creación artística, junto con una indagación sobre el libre albedrío, las matemáticas y la pasiones humanas como factor impredecible-o no- de nuestra existencia. Creo que estoy sonando demasiado pretencioso, especialmente teniendo en cuenta que lo único que pretendo es que los lectores se entretengan con lo que escribo.
Y llego finalmente a «La nariz del canciller» con el que, al fin, he cazado a mi Moby Dick, ganando el Café Compás.
Si tengo que decir algo de este relato, es que pretendí en primer lugar evitar el matiz positivo que suele tener el concepto de Carpe Diem, y que creo que trata, en el fondo, sobre la inutilidad de todas las obras humanas. O tal vez simplemente trata de un hombre que se obsesiona con algo y pierde la perspectiva. No sé. Siempre he pensado que si algo tiene un mínimo de validez, debe tener al menos dos niveles de lectura.