CENDAL DE BRUMA
David Pujante
A Alfonso Martínez Rebollo
I
Si el mundo se alejara un día lentamente
y me dejara verlo tras un cendal de bruma,
suavemente apartándose: soles que se deslizan
hacia la incandescencia,
apagándose tanto, y tanto, y tanto
que todos mis recuerdos, como estrellas, cobraran aún más vida
que la verdad, ya última, ese momento opaco
que es la extinción,
que es el desasimiento,
la vertical caída
por la negra pendiente que no vemos el fondo.
Y todo sin congoja.
II
¿No sería magnífico,
en el límite mismo de la muerte,
que surgiera de pronto, como revelación,
el sentido de todo lo vivido?
Como unas alas nuevas, venidas desde un cielo que ignoramos,
para darle razón a todo lo pasado,
para llevarme en vuelo
alto a una nueva esfera,
un mundo aún por soñar.
Una roca segura, que irrumpiera
de entre la negra niebla que parece esperarme.
III
¡Y todos los anhelos
de pronto pierden cuerpo,
y todos los fantasmas temidos se disuelven
en un contra-aquelarre,
mientras los vientos rudos, contrarios de la vida
unen sus latitudes en un único polo,
se encalman en un único paisaje,
suave, de mar y cielo!
¿No sería magnífico?
IV
Y alejándose el mundo lentamente,
apagándose todos sus murmullos,
pábilos parpadeando
hasta extinguir sus luces, sus latidos,
mientras que el corazón va acompasándose
con esa dormición sin dolor, ese gozo
de música callada que acompaña
lo natural del mundo en su ir y venir,
en su nacer y en su extinguirse.
V
¿No sería una forma
perfecta de morir?
¿Por qué entonces, el dios supuesto que ha creado
la vida, no lo ha impreso
como un modo rotundo de acabar las criaturas?
¡Acaso no ha podido?
¿Acaso no ha querido?
¿Acaso no pensó nunca en la muerte,
que un día se coló en su creación, sin saber cómo?
¿Acaso deseaba, con sadismo divino,
maltratar sus criaturas,
haciéndolas confiarse en el vivir,
para darles, después y de improviso,
el zarpazo cruel del sufrimiento?
VI
¿O no hay dios ni hay verdad
ni explicación alguna a este estar en el mundo;
y todos nos metemos en la cruel pesadilla
creyéndola un ensueño delicioso
(que lo es por momentos);
creyendo en el derecho a la felicidad,
a toda plenitud, por un tiempo inconcreto —
que obnubilamos el cerebro para
pensarlo sin contornos, como un tiempo infinito,
y aplazar y aplazar así la herida
que nos ha de partir el corazón?
VII
Sería tan hermoso
que se diera ese día sencillo, en el que el mundo
—despeñándose el sueño,
descerrajado el duelo innecesario—
de pronto se alejara suavemente,
tras un cendal de brumas,
y todo se apagara con dulzura,
en paz el gozo incólume de haber vivido el don de la existencia.