¡Pobre Madrid, y qué poca es tu suerte para conseguir valedores![1]
Existe una tendencia morbosa a centrarse en los aspectos más escatológicos de la literatura de principios del siglo XX, importantísimos sin duda, obviando las circunstancias sociales, políticas y económicas de unas tierras que habían dejado de ser imperio y estaban empezando a intuir que su futuro era ser un Estado tan vulgar como el resto de Europa. Para entender esa nueva forma de contar lo cotidiano y antes de adentrarnos por los trillados vericuetos de la sicalipsis, vamos a centrarnos en el espacio en que se desarrollan los acontecimientos. Madrid.
Quien diga que Madrid es un poblachón destartalado y feo tómese el trabajo de recorrer el espacio que media entre Atocha y el Hipódromo[2]. A pesar de esta defensa apasionada que hace Francos Rodríguez[3] de la capital en la que fue alcalde, lo cierto es que Madrid siempre fue un poblachón manchego construido alrededor de una fortaleza musulmana, nunca ciudad. Un lugar elegido por Felipe II para gestionar su imperio, a una prudencial distancia de los obispos de Valladolid y Toledo con los que no quería compartir los absolutos otorgados. Una muestra de autoritarismo que negó sede catedralicia a la Villa donde asentó su corte, pero no asentó su real persona. Ni ciudad, ni Real Sitio, en los alrededores de la capital administrativa del imperio fueron creciendo palacios que servían de residencia a esos reyes que despreciaban a los chupatintas que gestionaban sus posesiones y con los que no querían compartir espacio. Eso no evitó que los hacedores de grandezas le inventasen un pasado mítico y desde Felipe III empezasen los antepasados ilustres, empezando con Ocno Bianor[4], siguiendo por la virgen de Atocha[5] y así a lo largo de toda una historia salpicada de toda clase de situaciones absurdas.
Nunca dejó de ser un lugar sucio, como reconoce su principal valedor; la hediondez ha puesto sitio a Madrid, y es necesario que la higiene y el buen gusto derroten al miserable sitiador de la ciudad alegre[6]. Bañada por un arroyo, aprendiz de río que desde hace varios siglos ha encauzado no poca parte del buen humor matritense[7], abandonada a su suerte, cubierta por falsetes de estuco para no ver su miseria por Carlos III, al que los aduladores consideran su mejor alcalde. Tuvo que esperar al final de las guerras carlistas para que alguien decidiera dignificarla, equiparándola a otras ciudades que habían crecido a la sombra de las revoluciones liberales. Anteriormente a 1870 el actual Ministerio de la Gobernación aparecía rodeado de ruinas. Entre las calles de Arenal y Mayor alzábase un edificio destartalado (…) en la esquina de la calle Carretas contraria a la del Ministerio no había más que escombros[8]. La reforma del último tercio de siglo dignificó algo la Villa, pero nunca llegó a ser una gran capital, a principios del siglo XX se veía otra vez ajada y desbordada por automóviles y tranvías; las magnificencias de antaño, son ahora estrechez y ahogo[9]. En medio siglo había pasado de 280.000 a 600.000 habitantes, con hombres y mujeres que renegaban de su origen, en la capital el campesino es un forastero cuya indumentaria, pintoresca a veces promueve una disonancia o una belleza en el fondo, harto incoloro, por uniforme, del gentío trajeado a la moda de fuera[10]. Un mundo que cambiaba a la fuerza, La Gran Guerra, antes de hacer necesarios los ordinales con una segunda, saca a las mujeres de las cocinas a las que se niegan a regresar tras el armisticio; y todo ello va quedando reflejado en las novelas de quiosco. Comienza un esfuerzo titánico, en realidad España vive en un cuarto interior, con vistas al patio[11], había que reinventarse… Y había que hacerlo con seres vulgares, las cosas habituales, las acciones cotidianas, las frases que para otros oídos han perdido todo valor[12], y el epicentro de toda aquella renovación literaria fue La Puerta del Sol, en ella tienen puesta la mira para disparar censuras, cuantos aborrecen el influjo oficial y maldicen de trabajos oficinescos y de agitaciones covachuelistas[13]; la peculiar plaza se convierte en referente de esos cambios que se empiezan a percibir en la sociedad. Un lugar sin acervo en el que los nuevos ricos serían abominablemente trágicos si al mismo tiempo no fueran prodigiosamente ridículos[14], según Antonio G. de Linares[15].
Este es el panorama que había cuando los escritores de la generación de El Cuento Semanal se lanzan a una especie de canon 28[16] laico y se deciden a hablar de todos aquellos temas que hasta ese momento estaban monopolizados por los guardianes de la fe. Primatum eclesiástica de nuevo golpeada en la residencia de Cibeles[17], y al igual que en Éfeso, a la sombra de una peculiar exaltación de la dignidad del hombre, se pide el exterminio de los herejes. Los que se regodean en maravillosas conclusiones universales empezaron a disparar en todas las direcciones, en las que comunistas, judíos, masones, separatistas y degenerados iban cabalgando sobre un mismo Leviatán que arrasaría la civilización occidental; preclaros hombres de ciencia como Marañón[18] hablan de desórdenes sexuales e intentaba curarlos, Vallejo Nájera[19] se pasó la vida buscando ese gen rojo que producía la subnormalidad y compartían los marxistas, los niños y… las mujeres. Mientras tanto los novelistas se alejan de esa división del mundo entre los míos y los otros, del reduccionismo dogmático, las experiencias reflejadas en sus novelas de quiosco se alejaban del absoluto, aceptaban que todo arte es inmoral. Pues el fin del arte es la emoción por la emoción, y el de la vida la emoción por la acción[20].
Los hijos de la luz, el pueblo elegido que se desvía de su camino al enfangarse en ideas ajenas al destino de España, estaban siendo derrotados por el lado oscuro. Siglos de pureza desbaratados por unos extranjerizantes que rompían la presencia del hidalgo y se empeñaban en hablar de gente vulgar. Fernando Mora[21] describe a personajes que ve en su barrio de Lavapies y los lectores miran alrededor descubriendo que son más parecidos a ellos que aquellos caballeros imperiales que iban poniendo su pica donde nadie les llamaba. De ahí el que servidor haya quitao de su despachín, o si se quiere de su taller, un retrato del Cid Campeador, regalo de un melitar, que se trajo de Cuba unas calenturas tasás en ochenta mil duros y lo haya sustituido por uno de don Luis Candelas[22]. A principios de siglo así era el mundo del “Fusta”, pueblo borracho, sucio, que come mal, se sujeta las bragas con el cordón de Asís… pero su intención es cambiar. Un cambio que necesita algo más que palabras.
En aquel momento nadie necesitaba que le diesen la imagen de la guerra, del desastre de Marruecos o Cuba, de las pomposidades del clero, eran una realidad cruel; pero había que ilustrar los libros con la imagen del arioplano de Francia[23], porque muchos de los lectores no habían visto ninguno. Hay más imágenes de una clase media que se va creando entre burlas y escepticismo que de campesinos o burgueses provincianos, los snobs de Hoyos y Vinent eran descritos como ahora nos tendrían que describir a un extraterrestre. Emiliano Ramírez Ángel[24], autor que dedica su obra a ese burgués que quiere ser europeo sin llegar a ser cosmopolita, refleja inquietudes ajenas a una gran mayoría de un país que intuye que el futuro irá por esos derroteros. Vicios intelectuales, vanidades injustificadas; su personaje, Emilio de Luque, en Madrid era casi un grande hombre, pero en provincias es recibido con cierta mortificante democracia[25]. La imagen de Luque paseando con las manos en los bolsillos y fruncido el ceño merece una caricatura, pero no los muchachetes pretenciosos, asiduos al café de provincias, que le desprecian.
La revolución en la temática tratada no se limita a las andanzas de los nuevos tipos sociales, ya habíamos perdido los españoles la costumbre de abordar motivos internacionales[26], aparece el escritor cosmopolita, el viajero que colecciona nuevas tierras y toda suerte de experiencias que le alejen de la vulgaridad. Era, en verdad, una princesa lejana. Por sus ojos miraba un fantasma en que se condensaron todos los que pueblan las sedas, las lacas, los biombos, traslado a unas materias ricas de los más deliciosos espíritus raciales, angelicalmente compungidos en la oblicuidad de la ranura ocular, y su rostro, gracias, sin duda, al maquillaje, el blanco espectral de las mejillas, con rosetas intensas y en medio el redondel desteñido de la boca, parecía una porcelana milenaria[27]. Federico García Sanchiz[28], toma el camino inverso que Hoyos y Vinent, coge la tradición, se la pone por montera y se larga a recorrer mundo viviendo de sus charlas en ateneos, casinos y demás foros que le permitieran españolear. Hoyos y Vinent al contrario intenta traer el cosmopolitismo francés mostrando una delectación morbosa con que baja a las tabernas de los golferantes madrileños[29], un juego con el que convierte los sórdidos arrabales en los ambientes canallas de la belle époque. En lo que coinciden todos estos autores es que gracias a nuestro convulso siglo XIX y la obcecación de unos políticos más empeñados en ganar guerras civiles e imponer verdades espurias, en el resto de países se nos ignora, en absoluto. Nuestros gobernantes ni saben ni se preocupan de nada de cuanto no sea Madrid[30].
Tres maneras de ver la realidad social que podemos resumir en tres autores; Fernando Mora, el hombre del pueblo llano que refleja el gracejo y la falta de raíces de toda esa población de aluvión que se asentó en las faldas de las colinas donde nació Madrid, ese pueblo-rebaño que precisa de Rabadanes[31]. Obras de un claro contenido social, con una defensa de los que terminan ganándose el coci en la Moncloa[32], la historia de esos golfos que hace una huelga porque Madrid, sin el adorno chillante y joyante de la golfería es más aburrido que una visita al Pardo[33]. Emiliano Ramírez Ángel, que a través de una anécdota describe esa clase media naciente, consciente de su trascendencia espiritual, amargada por su intrascendencia real, donde una simple mariposa puede desbaratar la tertulia de “La charca”. Volátil más majadero. Va, viene, no sabe adónde le agradaría ir, en dónde quiere pararse. A mí me pone nervioso[34]. Una tertulia de hombres formales que piensan hoy lo mismo que ayer, para los que la mariposa es la volubilidad, un insecto que tiene alma de hembra, de político, de poetilla[35] y no es más que una excusa para narrarnos un puñado de vidas grises. Federico García Sanchiz, viajero incansable, portador de valores patrios que los covachuelistas de Madrid han abandonado, Pícaro y Don Juan en una rara amalgama que mira con superioridad a la dama Noruega, cosmopolita a quien nadie trataba con familiaridad, limitándose su comercio con el resto del pasaje a las partidas de tennis que se jugaban en cubierta. Por lo común, permanecía aislada, fumando sus cigarrillos que impregnaban la brisa de olor de tabaco de hebra. Envolvíala una leyenda sin fundamento, un halo de enigmas. La mujer que hacía imprescindible a un ilustrador para que el lector se la pudiera imaginar.
Un protagonista, Madrid, y un puñado de personajes vulgarmente humanos que se habían mantenido en la oscuridad por el emperramiento en considerarnos algo más. Pero los acumuladores de sistemas sin base habían predicho el Armagedón y, puesto que no llegaba, hubo que echarle una manita al caos… El resultado, este peculiar escenario fue arrasado por nuestra incívica manera de solucionar los problemas… y rematado por algún que otro delirio mesiánico; cien años después, perdido su halo extravagante y vanguardista, ha quedado para tomar un relaxing café con leche in the Plaza Mayor.
[1] José Francos Rodríguez; artículo “Madrid, ciudad alegre” publicado en La Esfera, número 150, el 11 de Noviembre de 1916.
[2] Idem.
[3] José Francos Rodríguez (1862-1931), médico, escritor, masón y Alcalde de Madrid en 1910-1912 y 1917-1918. Su obra literaria se centra en libros de higiene médica, artículos periodísticos y una breve producción de ficción.
[4] Nieto del héroe troyano Bianor, llegó a tierra de carpetanos desde Mantua y se inmoló a la diosa Metragirta (uno de los nombres de la diosa frigia Cibeles), que daría nombre a la Villa, para cumplir su destino.
[5] Recién conquistada la Villa de Madrid por los musulmanes, Gracián Ramírez, paseando por unos prados que producían atocha o esparto, encontró, oculta entre las matas, la sagrada imagen de la virgen; la recoge y se encomienda a su protección. Sin más mata a su mujer e hijos para que no sufran vejaciones por los musulmanes y se va a combatirlos. Tras derrotarlos vuelve a su casa y encuentra a su familia que la virgen había resucitado. Actualmente la familia real sigue encomendándose a esta virgen por su milagro.
[6] José Francos Rodríguez; artículo “Madrid, ciudad alegre” publicado en La Esfera, número 150, el 11 de Noviembre de 1916.
[7] Ramírez Ángel, “Notas Madrileñas: Arroyo, aprendiz de río”, publicado en La Esfera, número 24, 13 de Junio de 1914.
[8] José Francos Rodríguez, artículo “La Puerta del Sol”, de la serie Antaño y Hogaño, publicado en La Esfera, número 105, el 1 de Enero de 1916.
[9] Idem.
[10] Ramírez Ángel, “El hombre de campo”, publicado en La esfera, número 130, el 24 de Junio de 1916
[11] Federico García Sanchiz respondiendo en la sección “A manera de prólogo” a las preguntas de Artemio Precioso, “Los marineros y sus amigas”, La novela de hoy nº 193, 1926.
[12] Semblanza que hace Wenceslao Fernández Florez de Emiliano Ramírez Ángel en “Los hombres de la charca”, La novela de Hoy nº257, 1927.
[13] José Francos Rodríguez, artículo “La Puerta del Sol”, de la serie Antaño y Hogaño, publicado en La Esfera, número 105, el 1 de Enero de 1916.
[14] La Esfera, número 168, 17 de Marzo de 1917.
[15] Antonio González Linares (1875-1945), periodista. Director de revistas culturales como Estampa y Crónica.
[16] En el Concilio de Calcedonia Roma pierde primatum (la primacía) eclesiástica sobre moral y buenas costumbres, por la inclusión del canon 28 que reparte esta potestad entre las demás sedes cristianas.
[17] En el Concilio de Éfeso, ciudad de origen de la gran madre pagana Cibeles, diosa Frigia, Cirilo compra la virginidad de María con todo tipo de sobornos a los delegados, lo que produce las primeras escisiones dentro del cristianismo, La expulsión de Nestorio. Posteriormente en Calcedonia se intenta el henotikon, pero resulta un fracaso. El Papa León I rechaza las conclusiones y el intento de unión fracasa, a la vez que negocia con el emperador un reparto de poder y este, en contraprestación, promulga un servicio militar en nombre de Cristo.
[18] Gregorio Marañón y Posadillo (1887-1960), médico y humanista, fue académico de cinco de las ocho academias de España.
[19] Antonio Vallejo-Nájera Lobón (1889-1960), primer catedrático de psiquiatría de España, sus investigaciones se dedican a corroborar sus hipótesis preconcebidas.
[20] Oscar Wilde, El crítico artista
[21] Fernando Mora (1878-1936), Escritor y publicista. El verdadero castizo, gran observador de su realidad circundante que, con humor, sin llegar a la caricatura, retrató con seriedad y ternura. Fue el autor de todos los desarraigados que iban recalando en Madrid. Su memoria, como la de tantos otros, nos es devuelta por motivos extraliterarios. Prácticamente los únicos datos que tenemos de él nos los dan sus hermanos masones, militancia que le cuesta la vida. Fue secuestrado, torturado y asesinado en Noviembre de 1936, a pesar de ello, en 1944, se le abre un expediente masónico por parte del Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo.
[22] Fernando Mora: El “Fusta” y “La Diabla, La Esfera nº151, 18 de Noviembre de 1916
[23] Fernando Mora: “La mujer que se sintió águila”, Ed. Sanz Hermanos, 1925, pág. 20
[24] Emiliano Ramírez Ángel (1883-1928) Poeta y novelista. Sigue la escuela de Pérez Galdos, un realismo adaptado a la naciente clase media.
[25] Emiliano Ramírez Ángel: “Los dos maestros”, La Esfera, nº 163, 10 de Febrero de 1917
[26] Federico García Sanchiz respondiendo en la sección “A manera de prólogo” a las preguntas de Artemio Precioso, “Los marineros y sus amigas”, La novela de hoy nº 193, 1926.
[27] Federico García Sanchiz: “La comedianta China”, La Novela Mundial, 1926, Pág. 39
[28] Federico García Sanchiz (1887-1964), Charlista que recorrió el mundo españoleando (verbo de su invención). Polémico personaje que salió a correr tierras y, al observar la insidia con que se nos combate y convencido de que muchas de nuestras ideas y actitudes clásicas son de un valor universal y permanente, me consagré a su predicación con el fervor de un misionero. Fue un activo propagandista de la dictadura nacional católica del general Franco.
[29] Carlos Fortuny (Álvaro Retana): “La ola verde, crítica frívola”, Ed. Asociación de Libreros de Viejo, 2015, Pág. 81
[30] Federico García Sanchiz respondiendo en la sección “A manera de prólogo” a las preguntas de Artemio Precioso, “Los marineros y sus amigas”, La novela de hoy nº 193, 1926.
[31] Fernando Mora, “Huelga de golfos”, La novela de hoy nº 143, 1925., Pág. 21
[32] Idem. El cocido en la cárcel modelo que estaba en La Moncloa. Pág. 16
[33] Idem., Pág. 13
[34] Emiliano Ramírez Ángel, “Los hombres de la charca”, La novela de Hoy nº257, 1927. Pág. 10
[35] Idem, Pág.11