BOLSAS-DE-BARURA

Bolsas de piel

 

Sólo cuando el cuerpo se enferma nos damos cuenta que arrastrábamos uno. Cuando sangramos, rompemos o agrietamos, nos ataca la imagen de nuestro interior hecho de vísceras y huesos tan frágiles como un cartón. Que somos permeables a la belleza extrema.

En el camino de Enrique Winter hacia la narrativa, sus hombros aún están llenos de poesía. Esto convierte a Las Bolsas de Basura (2015, Alquimia Ediciones) -su primera novela- en un animal híbrido que se sacude entre sofisticaciones y vulgaridades: un quiltro.

La relación de Miguel y Brenda -dos estudiantes de veterinaria- es el accidente de dos islas que se alejan en el mar. No conocemos el por qué, pero Miguel la abandona y se marcha a Coquimbo para trabajar entre las montañas. Ella se dedica a recoger los cadáveres de perros callejeros para luego intentar disecarlos, él recoge el cuerpo de un travesti y es implicado en su muerte.

El libro transcurre entre esas dos colisiones que son el desencuentro y el reencuentro, una consecución que no se mueve en línea recta, sino en un círculo que nos devuelve al inicio gracias a las tretas del autor. La obra se divide en pequeños fragmentos que chocan entre sí y que el lector persigue como si se tratara de relatos que nunca se tocan del todo. En el conjunto, los informes médicos y policiales son la única evidencia de cruces que la narración va empujando constantemente hacia un fuera de campo. Pese a ello, es imposible que dos perros que viven en la calle no se encuentren en alguna esquina, y Las Bolsas de Basura es un texto lleno de calles.

El narrador es como los protagonistas. Con el filo de la ciencia en las manos, recoge las imágenes con precisión e impavidez, pero con la obsesión de quién disecciona cada hebra de una alfombra. La descripción de los espacios parece objetiva, pero en un campo de visión así de pequeño, la complejidad de la novela se encuentra en esos detalles que sólo la mirada forense del narrador puede encontrar, y que el pasado poético de Enrique Winter logra transformar en figuras complejas y rebuscadas.

El texto es una piel abierta, separada y vuelta a coser. En cada línea los tiempos se interponen entre ellos para cargar cada párrafo de recuerdos y ansiedad. Los escenarios se y el narrador se sumerge en las mentes de los personajes para seguir la pista a cada recuerdo y desvarío. Pese a venir de lugares distintos, las ideas están cosidas unas junto a la otra. El cadáver es exquisito.

Hay un vacío significativo entre las personas, una distancia que no se mide en kilómetros, sino en circunstancias. Brian y Miguel nunca se encuentran, pese a estarse buscando como dos imanes; el enigma policial se mantiene nebuloso; Miguel rehúye del contacto humano; Brenda evita a su nuevo novio; las personas no se sienten a gusto con otras personas. El texto es una elipsis que no quiere cerrarse del todo, dejando agujeros por donde se cuela el aire y la soledad. El enigma no es la muerte, sino las nieblas de la vida.

Enrique Winter pone especial atención en lo que ocurre cuando se deja al tiempo correr libremente sobre las superficies: la mugre, el desgaste, los desechos, la descomposición. El énfasis está en lo efímero, en aquella cualidad que tienen las cosas de mostrar lo que no deberían. Para él, la belleza está en las marcas de la piel, en el color que ya ha palidecido, en las formas que toma la humedad. Los signos que deja el abandono en la dermis de nuestro cotidiano.

El libro se construye desde los restos, juntando con las manos los trozos de relaciones, de recuerdos, de ciudades. Eugenio, el travesti recogido por Miguel es como uno de los perros recogidos por Brenda. A los perros siguientes los encuentra a la orilla del camino a modo de animitas, los encuentra siendo su propia tumba el recordatorio de toda pérdida, de todo sangramiento, de todo sentimiento de atropello.

Las Bolsas de Basura comprueba una ley universal: Lo que no nos mata, nos vacía por dentro. Somos el único recuerdo de nuestras pérdidas y arrastramos las soledades con cada beso que damos en el camino. Los animales se disecan, las personas se embalsaman, y cuando nuestro interior se marchita, la piel se convierte irremediablemente en una bolsa de basura.