El segundo es el primero de los perdedores
Ayrton Senna
La boutade de Ayrton Senna con la que se encabeza este artículo, o su versión televisiva para adolescentes, esos lobos solitarios que deben estar en permanente lucha con su entorno, que consideran la medalla de plata la demostración de no haber sabido ganar la de oro, va a servir de trampolín para dar un triple salto mortal a favor de la literatura popular de principios del siglo XX.
¿Qué motivos existen realmente para revisar unos libros que nacieron efímeros? Ninguno. No deja de ser una excusa para hablar del presente proyectándolo en otro momento histórico, separarnos del hoy para analizarlo con una perspectiva diferente. Pero ¿quién no ha dicho, displicentemente, en un ejercicio de egocentrismo, que un libro se ha quedado anticuado?; en realidad el libro sigue en el mismo sitio en el que fue creado, estático. Somos nosotros los que hemos cambiado… y con nosotros la forma de interpretarlo. El momento histórico siempre se proyecta sobre el libro y, a su vez, el lector proyecta su madurez sobre ese producto nacido al calor de unos hechos que muchas veces desconocemos. Lo más fácil es que el libro creado urgentemente para explicar una realidad pase de ser imprescindible, en su primera lectura, a impresentable, cuando han desaparecido las circunstancias que propiciaron su gestación. Y es ahí donde debemos encajar esa Edad de Plata que nunca supo ganar el oro, acaparado por los autores de los siglos XVI y XVII, por la España imperial y trascendente que no perdona la vulgaridad de esas obras que podían leer hasta los obreros menos cualificados. Esta revisión pretende estudiar un momento literario más complejo de lo habitualmente aceptado, con una perspectiva diferente; en vez de decantarnos en la eterna lucha entre la banalidad y la trascendencia y aplicar un concepto filosófico como el Reduccionismo Dogmático, vamos a asumir que para comprender el primer tercio del siglo XX debemos analizar el conjunto de su creación literaria.
Tras la debacle política y militar de 1898, comienza un vacío existencial entre las élites que son los únicos que pierden su identidad, mientras a nivel popular surge una nueva visión literaria, una bohemia que quiere ser moderna, no eterna. Para este grupo de jóvenes autores todo parece atractivo y por estrenar, no pretenden ser abstractos e intemporales, buscan más bien reflejar la realidad compleja que les toca vivir. Comienzan a plasmar sobre el papel la agonía de una época en la que los fingidores de sustos cumplieron su cometido, sacando todo su repertorio de aspavientos para escenificar algo que había sucedido hacía ya bastante tiempo. España no era lo que sus propagandistas pregonaban y esos “escritorzuelos” que no habían sabido ganar el oro lo mostraban en sus obras asequibles al gran público. Nuevos actores sociales comienzan a jugar, la migración de la población rural a los grandes centros urbanos, el progresivo aumento de la alfabetización y la incorporación de la mujer al trabajo, todo ello a la sombra de un Alfonso XIII que navegaba sin rumbo entre la España real y la España oficial.
Surgen Editoriales con nueva mentalidad y criterio estilístico, rompiendo los modelos que se seguían hasta ese momento. Los autores también cambian de mentalidad, empiezan a crear libros para alimentar las necesidades editoriales, no para pertenecer a un grupo o escuela; un mercantilismo que los hidalgos que acababan de perder los últimos restos del imperio vieron como una degeneración. Para un país que insulta llamando ganapán, un claro desprecio al que tiene que trabajar para comer, el crear una empresa en busca de beneficios mediante la productividad era rebajarse a niveles de cualquier lugar europeo que no ha sido elegido por Dios como faro y guía de la humanidad. Una revolución pausada, incluso a estas nuevas editoriales creadas por Pueyo[1] o Sopena[2] les faltaba imaginación para comprender la profundidad de los cambios que se habían generado en la sociedad. Cuando Eduardo Zamacois[3] piensa en llevar buena literatura a buen precio al gran público se encuentra con el rechazo generalizado de estos editores, incluso Perojo[4] le llega a despreciar, para qué va a hacer un esfuerzo por conquistar a un público al que no le gusta leer. Pueyo creía que una revista literaria no tendría éxito entre un público que consumía revistas por su actualidad… Y he aquí el misterio del bajo nivel de lectura que había en España. El libro era caro, se vendía en librerías y los editores seleccionaban temas que interesasen al potencial comprador de alto nivel adquisitivo. Una parodia excelente la encontramos en la novela de Blasco Ibañez[5], La Horda, en el que su protagonista, Maltrana, escribe por encargo del senador D. Gaspar Jiménez un libro que debía ser un himno a la caridad; que los ricos diesen a los pobres, que los pobres respetasen a los ricos, y unos y otros se confiaran a la dirección de la Iglesia católica, maestra de siglos en estas cuestiones, y a Su Santidad el Papa, el primer socialista del verdadero socialismo[6]. El senador Gaspar Jiménez tiene pretensiones intelectuales y sugiere el deseo de ser académico, de conquistar la inmortalidad apedreándola con grandes volúmenes de interminables notas que nadie leería[7].
[1] Idem
[1] Gregorio Pueyo (1860-1932), el editor del modernismo, su librería de la calle Mesonero Romanos de Madrid se convirtió en centro de reunión de la bohemia. Su personalidad queda reflejada en distintos personajes de las novelas contemporáneas.
[2] Ramón Sopena (1867-1913), Editor, principalmente conocido por los diccionarios que tomaron su apellido. En el periodo histórico que nos ocupa fue un innovador y publicó a toda una generación de autores jóvenes… A los que también estafó. Personaje controvertido que merecería un estudio en profundidad
[3] Eduardo Zamacois y Quintana (1873-1971), Escritor español nacido en la colonia de Cuba. Al principio se le consideró un escritor galante o erótico según la hipocresía del crítico, en realidad fue uno de los padres de la llamada sicalipsis. Como editor tuvo una importancia capital en el panorama cultural español, fundó Cosmópolis, para dar a conocer la literatura española en Francia, creó la primera colección de revistas literarias, El cuento semanal, y tuvo una intensa actividad periodística no exenta de compromiso político. Muere en Argentina, exiliado, dónde nos deja unas memorias fascinantes, Un hombre que se va…
[4] José del Perojo y Figueras (1850-1908), Escritor y periodista nacido en la Colonia de Cuba, se le inscribe en el regeneracionismo. En el momento que citamos era el director de la revista Nuevo Mundo.
[5] Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), prolífico escritor y político español. Su militancia republicana le hizo recorrer mundo, en parte por inquietud intelectual, en parte por exilios forzosos, aunque siempre mantuvo su casa de la Malvarrosa como referente. Fue fundador de la editorial Prometeo en la que difundía sus obras y las nuevas tendencias en novela europea.
[6] Vicente Blasco Ibañez, La Horda, Ed. Prometeo.
[7] Idem.