El único que confía en Zamacois es Antonio Galiardo, adinerado bohemio con pretensiones literarias. De hecho El Cuento Semanal es posible porque Galiardo se sentía en deuda con Zamacois por haberle introducido en la redacción del diario La Publicidad. El 4 de enero de 1907, Desencanto, de Octavio Picón[1], inaugura la colección que tiene gran aceptación entre el público y únicamente desaparece por el suicidio de Galiardo y la mala relación que Zamacois mantiene con su viuda, Rita Segret. El Cuento Semanal no fue únicamente una colección de novelas, en cada número incluía información bibliográfica sobre los autores y noticias culturales. Esta experiencia se deshace por motivos extraliterarios, pero el camino está abierto, inmediatamente después de este primer sello editorial Zamacois emprende otro proyecto, Los Contemporáneos, colección de 898 números (el número 470 está repetido, la numeración únicamente llega al 897). Otra circunstancia histórica que se refleja en este tipo de publicaciones es La Gran Guerra, que provoca escasez de papel, las primeras revistas se editan en papel couché, hasta 1914 que pasan a papel prensa.
La edad de plata está servida. Debemos empezar a superar la visión limitada que restringe el primer tercio del siglo XX a la Generación del 27, según el modelo filosófico occidental, en el que todo tiene que ser reducido a ordinarios ordinales desde que un rústico misógino se enredó en el Monte Helicón[2] y, en su Teogonía, apuntó hacia la existencia de un principio único. Hesíodo, como la mayoría de los autores del corpus filosófico, piensan que hay un principio, una verdad inicial a la que debemos llegar. Las religiones mediterráneas, judaísmo incluido, van podando sus panteones animistas, cada una a distinto ritmo, para ir justificando la pérdida de las obligaciones colectivas de la tribu de una manera mágico-teológica en favor del poder de uno solo. Un proceso que concluye con el nacimiento del último dios-héroe de la antigüedad, Jesucristo. Es la última divinidad que no nace de mujer, a partir de él, tanto Muhammad, Lutero, Calvino o cualquier otro profeta-reformista, tiene una existencia vulgarmente humana; Jesucristo, por nacimiento, nos recuerda a Aquiles, sus milagros a Asclepios, su redención por el dolor a Cibeles… ¿Qué aporta esta nueva divinidad llamada a exterminar a todas las anteriores y a combatir a todos los posibles sucesores? La culpa. El ser humano deja de ser dueño de sus actos, se sublima el totalitarismo en el libre albedrío, en el que todo lo que no nos acerque a la verdad absoluta es parte del mal.
Y en esta retorcida visión de la vida encontramos los argumentos sobre los que se construye la novela de quiosco, plasmada en la más popular de las colecciones literarias de la época, La Novela de Hoy, que en definitiva fue el reflejo de la España real, lejos de esas Unidades de destino en lo universal que todavía buscamos entre lagrimones, como un niño que ha perdido su juguete favorito. Esta colección, dirigida por Artemio Precioso[3], entiende que la literatura es más parecida a un symploke, al equilibrio dinámico de las ideas, que a la pirámide del totalitarismo, con su verdad absoluta en el vértice superior, el bien en uno de los extremos de su base y el mal en el otro, tenemos que elegir, libremente, entre ellos; todo lector biempensante debe elegir entre Góngora y Quevedo, entre Lorca y Plá, entre Juan Pujol[4] y “El Noi del Sucre”[5] (bueno, estos no, cuanto más reduzcamos la lista de libres elecciones más libremente acertaremos con la verdad). Para comprender situaciones tan complejas como las acaecidas en el primer tercio del siglo XX deberíamos olvidarnos de nuestro supremacismo y empezar a asimilar que las filosofías dinámicas (aunque el supremacismo europeo sólo considera filosóficas las formas de pensamiento que pasan del mito al logos), de origen oriental, pueden ser más prácticas a la hora de analizar fenómenos que no se pueden reducir a unos, doses, oros y platas. Villaespesa[6], Campoamor[7] o poetas totalmente olvidados como Salvador Rueda[8], pesaban en el mundo cultural más que Lorca o Machado; los contemporáneos de los mártires del 27 preferían las obras de teatro de Marquina[9] o los sainetes de Arniches[10] a esos poetas que no sabían rimar y cuyos estrenos teatrales se convertían en sonoros fracasos (En el estreno de El maleficio de la mariposa[11] el público pedía que les diesen Zotal, conocido insecticida de la época).
[1] Jacinto Octavio Picón Bouchet (1852-1923), escritor cosmopolita y protofeminista que siempre defendió en sus obras una apertura hacia formas más naturales de vida.
[2] ηλιξ, hélix: espiral, zigzag. Montaña situada en la región de Tespias, Beocia, la traducción correcta, en este caso sería tortuoso.
[3] Artemio Precioso (1891-1945), novelista y editor, fundador de editorial Atlántida. Siguiendo la estela de Zamacois llevó buena literatura a buen precio a los quioscos. Montó un imperio editorial, sustentado económicamente en la sicalipsis, lo que le llevó a un enfrentamiento con la dictadura de Primo de Rivera, lo que supuso su quiebra económica. Su carrera, errática como la de buena parte de sus contemporáneos, acaba en tortura y muerte tras la guerra de 1936-39.
[4] Juan Pujol Martínez (1883-1967), polémico periodista que como tantos autores de su época fue bandeando de radicalismo en radicalismo hasta que encuentra su lugar en la derecha más conservadora. Durante la Gran Guerra, apoya a los Imperios Centroeuropeos, para fascinarse más tarde con los totalitarismos emergentes. Se le puede considerar el único nazi convencido de los que apoyaron el golpe de Estado de 1936. La Junta de Defensa de Burgos le nombra jefe de prensa y propaganda, por lo que se le considera el fundador de Radio Nacional. Poeta modernista, termina siendo conocido por el público al publicar en “La Novela de Hoy” obras breves de género policiaco.
[5] Salvador Seguí Rubinat (1886-1923), destacado anarcosindicalista, impulsó la creación de Solidaridad Obrera, órgano de expresión de las ideas libertarias. Desempeñó varios cargos en sindicatos, destacándose, junto a Ángel Pestaña, como líder obrero. El 10 de marzo de 1923 es asesinado por pistoleros de la patronal, veinte días después se publica su novela corta: Escuela de rebeldía, en “La Novela de Hoy”. En la semblanza del autor que Artemio Precioso incluía al comienzo de cada obra se hace la reseña de su asesinato.
[6] Francisco Villaespesa Martín (1877-1936), poeta modernista, aunque su gran éxito fue la obra de teatro El alcázar de las perlas.
[7] Ramón de Campoamor y Campoosorio (1817-1901), poeta realista, rompe con la idealización y empieza a utilizar la lengua popular. Sus célebres Doloras, publicadas en 1846, por su brevedad, carácter dramático y filosófico, fueron repetidas por el gran público, pasando a formar parte de la cultura popular.
[8] Salvador Rueda Santos (1857-1933), precursor de la poesía modernista. Experimentó con distintos estilos, desde el parnasiano hasta la novela erótica que había puesto de moda Felipe Trigo.
[9] Eduardo Marquina Angulo (1879-1946), dramaturgo que tenía sus orígenes en el modernismo catalán y evolucionó hacia dramas históricos con fuerte carga poética según se fue haciendo más conservador.
[10] Carlos Arniches Barreda (1866-1943), autor de los célebres sainetes y comedias que han pasado a la cultura popular como referentes del madrileñismo. La caricatura que hace este alicantino, radicado en Madrid, de los barrios populosos de la capital está alejada de la realidad pero cala en un público deseoso de olvidarse de sus problemas cotidianos.
[11] Primer estreno teatral de Lorca.