Porque ni en un sitio ni en otro hice yo nada que valiera dos reales ni que diera la menor luz a las pesquisas.[1]
Ya tenemos el escenario, una Villa, con aprendiz de río incluido, pretensiones de ser lo que la historia le había negado y una necesidad de cambiar verdades por realidades. Todo ello animado por un puñado de personajes que se saben vulgares humanos, capaces de las mismas grandezas y miserias que cualquier otro homo sapiens que haya pasado por la historia. Una realidad poliédrica que podemos visualizar el día 2 de marzo de 1923 en uno de esos juegos de hombres a los que eufemísticamente llamamos bestias. Siempre metiéndonos con los pobres animales que únicamente utilizan la violencia cuando buscan sustento o están defendiendo su territorio, incapaces de algo tan innecesario y cruel como el asesinato por honor o pasión desmedida. Un disparo, un puñado de personajes confluyen en un lugar, un juicio mediático y un aluvión de filias y fobias que muy bien pueden resumir la vida bohemia a lo castizo de principios de siglo. El protagonista absoluto Alfonso Vidal y Planas[2], con Luis Antón del Olmet[3] como convidado de piedra, Elena Manzanares en el papel de “La Chica” y los papeles secundarios en manos de escritores de distinta índole, Martínez Sierra[4], Pedro Luis Gálvez[5], Artemio Precioso, Valero Martín[6]… Un mosaico que recoge los distintos caracteres literarios de la época. La historia de una muerte rodeada de literatura, desde las obras teatrales que gestaron la tragedia hasta las novelas que el autor del disparo y su abogado publicaron como parte de la defensa.
Los hechos incuestionables tienen ubicación y fecha. Teatro Eslava, calle Arenal de Madrid, a las tres y media de la tarde, Luis Antón del Olmet muere de un disparo efectuado con el revolver de Vidal y Planas. Los periódicos de la noche recogen la noticia y comienzan las contradicciones, el pistoletazo (nunca mejor dicho) de salida para cientos de artículos que fueron creando la realidad sin prestar gran atención a los hechos. Alfonso Vidal y Planas disparó, él mismo lo reconoce desde el primer momento y, cuando le encuentran junto al moribundo, lo único que hace es deshacerse en disculpas con todos. Luis Antón del Olmet no muere inmediatamente, y aquí empiezan las contradicciones. Algunos le hacen llegar vivo a la cercana Casa de Socorro, otros ponen frases en su boca dichas durante el trayecto o en la sala de curas; si creemos la versión de Pedro Luis Gálvez: “Murió en brazos de Baena, en un coche, frente a la iglesia de San Ginés. No tuvo agonía. Era hermoso, y la Muerte se lo quiso llevar sin afearlo”[7]. Gálvez había acompañado a Antón del Olmet hasta el teatro pero se entretuvo en la entrada, cuando se escuchó el disparo llegó inmediatamente después, tras los actores que ensayaban una obra de la víctima, ayudó a introducirle en un coche donde murió a escasos metros del teatro. En el momento cumbre del drama estaban presentes tres escritores, distintos entre sí, con calidades e inquietudes literarias divergentes: la víctima, egoísta y brabucón, todos sus ideales cabían en un billete de banco… y cuantos más ceros mejor; el victimario, un hombre físicamente débil, impulsivo, atormentado por contradicciones espirituales y profundamente enamorado; el testigo presencial, paradigma del bohemio, autor irregular y consumado sablista. Tres perfiles dispares con los que es difícil pensar en una generación unida por algún interés más allá de la escritura.
Tras el primer momento de confusión aparece en escena el triunfador, el hombre de éxito, el empresario del Eslava Gregorio Martínez Sierra. Fundador de la editorial Renacimiento, autor de una amplia y variada obra, catador de todas las salsas que le diesen prestigio personal; allí está para comunicar personalmente a la viuda el deceso… y de paso arañar algunas líneas con las que aumentar su prestigio. Un hombre capaz de estar en tres sitios a la vez haciendo su presencia imprescindible en el mundillo literario… en cualquier sitio menos escribiendo, ya que esa labor se la dejaba a su esposa, María Lejárraga[8]; lo único que aportaba a “sus” obras era la firma. El literato, el intelectual, el que desaparece en cuánto ve que allí no iba a encontrar glorias con las que ensalzar su nombre. No sabemos qué le dijo a la viuda pero, si seguimos creyendo el relato de Gálvez, el cadáver de Antón del Olmet se quedó solo en el depósito sin nadie que le velase.
[1] ¿Quién disparó…? Novela policiaca, Joaquín Belda, Ed. Biblioteca Hispania, 1909, Pág. 275
[2] Alfonso Vidal y Planas (1891-1965), autor tremendista que fue picando de todos los radicalismos, su obra es irregular, pero gozó del favor del público con Santa Isabel de Ceres. Después de la guerra de 1936-39 escribió algo de poesía y vivió como Catedrático de Metafísica y Filosofía Elemental en varias universidades de Estados Unidos.
[3] Luis Antón del Olmet (1866-1923) Periodista, escritor y político de cierto renombre en su época. Tras su asesinato cayó en un olvido que se podría justificar por su carácter, nunca por su obra.
[4] Gregorio Martínez Sierra (1881-1947), Dramaturgo, editor y empresario teatral, La editorial Renacimiento publicó las mejores obras de los autores de la llamada Edad de Plata. Su revolucionario concepto del teatro como arte total renovó la escena española. Su presencia en el drama del Eslava se justifica como empresario de la obra que se ensayaba.
[5] Pedro Luis de Gálvez (1882-1940) Autor bohemio que elevó el arte del sablazo a literatura: El sable. Arte y modos de sablear (J. Sanxo Editor, 1925). Anarquista a fuerza de bastonazos, presidiario por decir y ser consecuente con lo dicho, poeta de calidad y hombre noble que salvó, carnet de la CNT en mano, a todos aquellos desafectos a la república que se encontró por Madrid. Murió fusilado en 1940, sin que aquellos a los que salvó hicieran gran cosa por este hombre que no se exilió consciente de la rectitud de sus actos.
[6] Alberto Valero Martin (Madrid 1882-1941), Abogado y escritor. Sus datos biográficos son escasos, únicamente destaca como defensor de los represaliados de la dictadura de Primo de Rivera. Su poesía en revistas culturales y sus novelas responden más a la necesidad de hacerse conocer en los ambientes literarios que a su calidad.
[7] Semanario “El Escándalo”, Barcelona, 20 de Mayo de 1926, artículo de Pedro Luis Gálvez
[8] María de la O Lejárraga García (1874-1974), Escritora y política. Su matrimonio con Gregorio Martínez Sierra la mantuvo en un discreto segundo plano, aunque actualmente se la reconoce la autoría de la obra atribuida a su marido, y a otros conocidos autores contemporáneos. La relación profesional que mantenía con Martínez Sierra no se rompió con su divorcio, lo que despertó todo tipo de sospechas sobre la verdadera naturaleza de su matrimonio. Lo cierto es que no podía haber dos personas más diferentes, él adaptándose a todo, ella combatiendo por la condición de la mujer, el socialismo y la dignidad de cualquier ser humano… Lo que la llevó al exilio, donde siguió colaborando con su exmarido.