¿Quién mató a Antón del Olmet? “Lo mataron los invisibles. O, si se quiere, se mató él”[1], según la conclusión de Pedro Luis Gálvez. La prensa recoge el suceso con todos los matices de amarillo que se puedan imaginar, desde las condolencias del Heraldo de Madrid donde Antón del Olmet era colaborador, hasta la metedura de pata que hubo a la seis de la tarde cuando, tras el consejo de ministros, se confundieron las identidades de los protagonistas, lo que obligó al ministro de marina, una vez resuelta la confusión, a dar el más sentido pésame a la viuda, hija del general Aznar que había ocupado puestos de responsabilidad en distintos gobiernos. Lo que sí parece cierto es que desde un primer momento se levantó una corriente de simpatía hacia Vidal y Planas, sentimiento que fue creciendo con el tiempo e influyo en las decisiones judiciales que rodearon el caso. El asesino confeso es llevado a la cárcel y él mismo nos narra esa experiencia en “Cuatro días en el infierno[2]” por Artemio Precioso que, en la sección “A Manera de Prólogo” en la que habitualmente hacía un perfil del autor o entrevistas sobre temas de actualidad con fines apologéticos, comienza la defensa de Vidal y Planas. Y es precisamente otro autor de La Novela de Hoy, Alberto Valero Martín, abogado de profesión, quien representa al acusado. Un hombre que aprovechó sus ínfulas literarias para representar a los autores reprimidos por la dictadura de Primo de Rivera y que utilizó a Vidal y Planas para publicar alguna de sus obras en las que hacía un paralelismo con el caso, lo que no cayó especialmente bien en el mundillo literario.
Artemio Precioso parece que es el único que cree sinceramente en la inocencia de Vidal y Planas, de hecho es el testigo de la boda de éste con Elena Manzanares en la prisión. Una boda en la que todo el mundo convino ver una estrategia de la defensa, un matrimonio que duró cuarenta años y terminó con la muerte de él. Y aquí tenemos que introducir al personaje clave de la tragedia, la prostituta por la que supuestamente se pelearon los dos “amigos”. La amistad de Antón del Olmet nunca fue desinteresada, siempre había tras su apretón de manos la intención de estrujar y sacar dinero, su amistad aparece con el éxito de “Santa Isabel de Ceres”[3] y desaparece en cuanto el público le da la espalda. Algunas recreaciones fantasiosas quieren ver la vida de Elena Manzanares en la novela que le dio popularidad a Vidal y Planas, pero los hechos narrados por los protagonistas coinciden en que fueron presentados por Luis Antón del Olmet después del éxito de la adaptación teatral. Vidal y Planas, que había conocido la cárcel desde muy joven y siempre vivía al borde de la miseria, se enamoró con afán redentor de Elena, una culminación a su literatura de arrabal; Luis Antón del Olmet, señor formal, felizmente casado, con mantenida a su cargo, ex diputado en la bancada de Dato, monárquico o bolchevista según soplasen los vientos, vivía enamorado de sí mismo. Extraña amistad. Se ha insistido en la superioridad literaria de Antón del Olmet sobre Vidal y Planas, sobre los celos, sobre el temperamento de ambos, pero es difícil saber si alguna de esas causas o la suma de todas fueron el detonante de los hechos del Eslava.
Literariamente los dos conocen el éxito y el fracaso, con obras tan circunstanciales que difícilmente se pueden evaluar con teorías literarias actuales, aunque basta mirar las fechas para ver que Antón del Olmet iba a la zaga de Vidal y Planas. Si éste triunfaba con un drama de prostitución el otro inmediatamente escribía sobre el tema, si un autor tenía el favor del público Antón del Olmet se ofrecía a colaborar con él, realmente se aprovechó de la fama de su asesino para proponerle escribir conjuntamente “El señorito Ladislao”, un rotundo fracaso. Así lo hizo con Pedro Luis Gálvez, al que robó la autoría de una obra, por lo que no es de extrañar la simpatía de éste con Vidal y Planas. Posiblemente aquí esté la clave de su muerte, con la soberbia que le caracterizaba arremetió contra los críticos teatrales en términos insultantes. Cuando la siguiente obra de Vidal y Planas “Los gorriones del Prado”[4], superior literariamente a “Santa Isabel de Ceres”, es vapuleada por la crítica y pateada por el público, el inestable escritor responsabiliza a Antón del Olmet del fracaso por su enfrentamiento con la prensa. La relación entre ambos se deteriora, aunque siguen colaborando juntos; la noche antes del fatal disparo Vidal y Planas le entrega el primer acto de un nuevo drama que está escribiendo y su presencia en el Eslava al día siguiente, según su testimonio en el juicio, era para que le devolviese el manuscrito. Pero la pelea no la desencadena ninguna diferencia literaria si no la pasada relación de Elena con Antón del Olmet y el desprecio que éste utiliza al referirse a ella.
El caso Eslava se convierte en un subgénero literario, el abogado de Vidal y Planas, Valero Martín, publica “¡No Mataras![5]”; el encausado “Papeles de un loco”[6], que lejos de ser una confesión, como han querido ver algunos, es una ficción basada en su propia experiencia; Artemio precioso, al que Antón del Olmet le había amenazado con iniciar una campaña contra él si no publicaba sus obras en “la Novela de Hoy”, pone la plataforma literaria para defender a Vidal y Planas… Y de paso introduce en sus novelas situaciones inspiradas en el caso. Lejos de las luces y las sombras, con las que explicamos el mundo perfecto, aquí nos encontramos con una especie de cocido madrileño, con una amalgama de texturas y sabores que la miseria añadió a la receta original, y cuyo resultado es estéticamente feo pero sabroso.
[1] Semanario “El Escándalo”, Barcelona, 20 de Mayo de 1926, artículo de Pedro Luis Gálvez
[2] Publicada el 4 de mayo de 1923en “La Novela de Hoy”
[3] Publicaciones Mundial, 1929; hay una gran variedad de ediciones de esta obra.
[4] Alfonso Vidal y Planas, 1923, edición del autor
[5] ¡No matarás!: drama español en tres actos, subdividido el último en dos cuadros, Ed. Prensa Popular, 1924. En colaboración con Alfonso Vidal Planas
[6] Alfonso Vidal y Planas, La novela de Hoy, 11 de abril de 1924