…el español, teniendo un sitio donde opinar a gritos sobre lo que no entiende[1]
Hay que romper de una vez con la pose intelectual que pretende convertir la voluntad en resultados. Una rémora del populismo que arrasó Europa en los años treinta y que sigue siendo parte del acervo cultural de España, porque todavía nadie se ha molestado en hacer la demopedia imprescindible para que las sociedades pasen del caudillismo a la democracia. ¡Qué felices somos! España era algo especial gracias a una república ideal en que los intelectuales impartían su sabiduría a un pueblo feliz… Y al que no aplauda acríticamente, se ponga un lacito y lleve una bandera tricolor le condenamos al grupo de los autodenominados. Consignas, símbolos y ritos; de aquella experiencia no queda más que poses intelectualoides financiadas por la corrupción ética de la que nunca hemos llegado a salir. La república no es más que un marco jurídico, la bandera un equívoco y la democracia una ilusión nunca materializada. Un marco jurídico burgués que se envolvió en una bandera reaccionaria[2] que se convirtió en revolucionaria por haber enjuagado la sangre de los que lucharon en la guerra de los años treinta por modernizar a una Nación que nunca supo ser Estado. España no era diferente, el populismo hacía estragos en Alemania bajo la forma de Nacionalsocialismo, en Italia como Fascio, en Rusia con la divinización de Stalin, y aquí se organizaba en lo que terminaría siendo el Nacional Catolicismo. Las masas no acudían a los Cafés para escuchar a los intelectuales, lo que hacían es acudir a sus trabajos, ir a la universidad o trapichear para sobrevivir. Cada actor social disparaba hacía donde podía, sin un objetivo claro; iniciativas como la de Pérez Bueno[3], profesor de derecho en la Universidad Central de Madrid que, terminan en desastre; en un intento de renovar la enseñanza llevó de viaje de estudios a Roma a jóvenes universitarios selectos, entre los cuales estaban José Antonio Primo de Rivera y Ramón Serrano Suñer… donde se empaparon de las teorías de Mussolini. Nada extraño, muchos jóvenes se fascinaban con los totalitarismos, mientras que algunos veteranos añoraban el orden de la restauración, un conservadurismo de fuerte arraigo que ha sido sistemáticamente olvidado. En Poniente Solar Manuel Bueno nos da otra visión de la etapa republicana: Se vivía entonces en un ambiente de ignorancia y de falsa caballerosidad, en el que casi nadie estaba en su sitio. Ni el estadista era más que orador, ni el literato sabía nada, ni el joven de buena familia, que había venido a Madrid para estudiar, conocía los libros de texto más que por el forro[4]. Un hombre generacionalmente atrapado en la decadencia del 98, monárquico por tradición y por buen gusto, combatió con violentísimos artículos a republicanos y socialistas que le suscitaron animadversiones y rencores[5], pero al que únicamente recordamos por un falso duelo que termina mitificando a uno de los legendarios bohemios, al que gracias a su obra perdonamos todas las imposturas biográficas. Qué mejor lugar que el Madrid postizo para que el nido de covachuelistas que siempre fue la capital reduzca la obra de un escritor a una anécdota. El bastonazo que propinó a Valle Inclán se convirtió en la calenturienta imaginación de los mitómanos en enfrentamiento, cuando en realidad el golpe hizo que uno de los gemelos de la camisa le arañase, herida que se infectó y le costó el brazo. Siguieron siendo amigos después de aquello. Aquel triste poblachón, al que la restauración quiso convertir en gran metrópolis europea, no se veía apenas alterado por la irrupción de un puñado de extravagantes escritores que nadaban contracorriente. No dejaban de ser una nota de color que algunos aspirantes a escritor ponían con sus indumentarias extravagantes y posiciones extremas para llamar la atención de los consagrados. En cuanto estos les dejaban un hueco en sus tertulias, gracias a alguna frase ingenuamente provocativa o por las impostadas poses del neófito, este dejaba rápidamente el compromiso y la crítica y se centraba en ser parte del engranaje profesional de la edición.
El referente de las reivindicaciones era ALAI[6], el resto de las críticas se hacían manteniendo una prudencial distancia con la acción, recreándose en el romanticismo del XIX, trabajando por la industrialización editorial. En la mayoría el compromiso con la república no pasaba de una contingencia histórica, como el cambio de bandera, o de una declaración de intenciones que nunca terminaban de definir. José María Salaverría describe este ambiente en sus artículos, lo que le hace apartarse prudencialmente de sus coetáneos, escabullirse de la generación del 98 y centrarse en la profesionalización de la industria editorial. Lo fácil es despachar su figura como un fascista que no hizo grandes aportaciones, cuando en realidad tuvo todas las veleidades de su generación; siendo de origen carlista tuvo en sus inicios profesionales posturas democráticas que rápidamente pasaron a ser regeneracionistas, desde donde fue resbalando hacia un conservadurismo que al final de su vida terminó en exaltación del populismo de masas Nacional Católico. Fue un gran viajero, experiencias que quedan reflejadas en sus novelas, actitud que le permite distanciarse del provincianismo que laminaba cualquier ilusión. Su objetivo iba más allá de reflexiones atormentadas; sin dejar de preocuparse por los problemas estructurales de la patria, centró toda su carrera en la supervivencia. De origen humilde, marcado por una falta de recursos que le obligaban a plegarse a caprichos editoriales humillantes, durante toda su carrera reivindicó la dignidad del oficio de escritor.
Otro Madrid diferente al que siempre hemos querido ver. Falangistas creciendo con fuerza en la universidad, carlistas, conservadores… e, incluso, algún verdadero ultraderechista. Al igual que la izquierda tuvo sus personajes controvertidos, a la derecha nos encontramos a Juan Pujol, el único convencido de la superioridad de la raza, el destino imperial de España mano a mano con Alemania y todo el resto del repertorio totalitario populista. Una condición a la que llegó desde un anarquismo juvenil que rápidamente se ancló en absolutos, su evolución ideológica fue de las más violentas de la época; lo que no le impidió escribir en una colección sicalíptica como La Novela de Hoy. Pujol queda fuera de la historia de la literatura, en la que debería tener un hueco como poeta modernista, y pasa a engrosar la amplísima colección de anécdotas históricas que aquella generación de literatos nos dejó. De alguna forma se vio implicado en la muerte de Fernando Sánchez Monreal[7] cuando llegó a Burgos a sumarse a los golpistas del general Franco, con el propósito de hacerse cargo de los servicios de propaganda Nacional Católicos. Oscuras circunstancias que le convierten en fundador de Radio Nacional de España, medio de comunicación que aún hoy sigue funcionando como órgano de propaganda del Estado, aunque un pudor sin sentido les haga ignorar a uno de sus fundadores cuando celebran aniversarios. Sus soflamas incendiarias, dignas de cualquier tertuliano, le valieron reconocimiento en forma de placita en Madrid, un triste cruce de calles en Malasaña, al que nadie le había prestado excesiva atención… hasta que otro impostado intelectual lo devolvió a las páginas de los periódicos. Sánchez Dragó, hijo del periodista asesinado, arrancó la placa de la plaza dedicada al supuesto asesino de su padre e intentó cambiarlo por su nombre. La polémica suscitada fue tan limitada como la credibilidad de los protagonistas, un escritor famoso por sus escenas esperpénticas y un alcalde con delirios mesiánicos que ofreció su mediación divina. Último episodio, por ahora, de uno de tantos personajes que merecería ser leído por su calidad en vez de olvidarlo por su posicionamiento.
[1] Poniente Solar, Manuel Bueno, Ed. C.I.A.P., Madrid, 1931
[2] La que se considera bandera republicana era en realidad un desafío militar a los liberales que por un Real Decreto de 1843 instituía que la bandera de la nación, en oposición al concepto monarquía, era la roja y gualda. Parte del ejército se negó a utilizarla y siguieron utilizando el pendón morado de Castilla (que en origen también había sido rojo pero había desteñido), porque la bandera constitucional sólo tenía los colores de la enseña de Aragón. Con el tiempo el desafío consistió en añadir el morado en la franja inferior de la bandera, y así lucía en los cuarteles como un reto estéril. Fue la inmolación de Fermín Galán, en diciembre de 1930, con la bandera que encontró en su cuartel, lo que la convirtió en símbolo de una república que nació burguesa.
[3] Fernando Pérez Bueno (1877- 1934), Catedrático de derecho que quiso renovar la enseñanza del derecho acercándola a la realidad social.
[4] Poniente Solar, Manuel Bueno, Ed. C.I.A.P., Madrid, 1931
[5] Declaraciones de la sobrina de Manuel Bueno, recogidas por Joaquín de Entrambasaguas en su obra: Las mejores novelas contemporáneas
[6] Siglas en francés de Asociación Internacional de Artistas y Creadores, creada por Victor Hugo para defender la propiedad intelectual.
[7] Fernando Sánchez Monreal (1909-1936) Periodista de la agencia de prensa Febus, una de las más importantes del periodo republicano; tras su incautación al finalizar la guerra de 1936-39, se utilizaron sus infraestructuras para fundar EFE. En los primeros momentos del golpe de Estado, junto a otro compañero de la agencia, se dedica a recorrer los frentes en busca de la noticia hasta que es detenido y fusilado, en septiembre de 1936, por un grupo de falangistas.