Empecemos por abatir las banderas para que esa bruma de trapos de colores nos permita ver la realidad, Sofía Casanova[1] era monárquica y conservadora, mostró sus simpatías a los vencedores de 1939 y sin embargo los “suyos” la olvidaron. Una mujer de orden que despreciaba a los bolcheviques, aunque podía entrevistar a Trotski como parte de su trabajo como reportera; participó activamente en esa Gran Guerra que la marcó con un profundo pacifismo, viajó y se implicó en los problemas de su tiempo. Nada tenía que ver con Víctor Catalá, aunque nunca dejó el gallego como lengua materna, pero no fue galleguista, los temas tratados estaban de acordé con su modo de vivir, aparecen episodios bélicos, tanto del Rif, primera guerra que cubrió, como de la guerra en Europa. Al final de su vida escribía sobre la agresión del ejército alemán a Polonia, artículos que se negó a publicar ABC porque criminalizaban a Alemania.
Conservadora también era Concha Espina, aunque republicana, algo que no encajan muy bien los que han reducido todo a bien y mal. Una mujer que se implicó en la vida cultural de su época, tenía un salón literario frecuentado por la alta burguesía, una versión decimonónica de las tertulias de café. La esfinge Maragata la consagró, aunque desgraciadamente es más recordada por sus novelas militantes, las que escribió durante la guerra, en la que se posicionó en contra de una república que la había defraudado. Luna roja[2], escrita en 1937 y dedicada a los soldados españoles, no deja de ser un panfleto, pero no menos deplorable que los panfletos que nos hemos tragado de aquellos que aleatoriamente hemos situado en el Bien. Las bondades de las intenciones de unos y otros no se traducen en el papel que únicamente nos devuelven unos deplorables andrajos difícilmente digeribles si no se contextualizan. Y lamentablemente para los autores contemporáneos, a pesar de ser una literatura de baja calidad, mejor redactados que muchas obras contemporáneas.
Mujer fue también Margarita Nelken, bestia negra del nacional-catolicismo, porque además de mujer y roja era judía. El antisemitismo ramplón de la España que se regodea en el imperio que nace con la expulsión no puede perdonar a esa raza maldita que se creía erradicada; aún hoy podemos ver a unos mamarrachos que bajo signos revolucionarios defienden el ideario de Nación Aria. La gente guai, moderna, es de izquierdas, pero como españoles no soportan compartir espacio con los impuros y boicotean cualquiera de sus expresiones culturales; menos mal que cuando piden que se retire un premio cinematográfico lo envuelven bien en una bandera roja y en el sufrimiento del pueblo palestino, cualquier autodenominado podría decir que pedir la censura en el cine es fascismo. Las hermanas Nelken ofendieron a una generación que generosamente estaba dispuesta a hacer concesiones, pero que de ningún modo permitiría que estas fuesen tomadas al asalto como hizo Margarita, o llevando mensajes subversivos a la escena desde el Teatro de la Escuela Nueva, como su hermana Carmen. La personalidad arrolladora de Margarita eclipsó a Carmen, que se inventó el personaje de Magda Donato[3] para distanciarse y afirmar una posición propia en el ambiente cultural en el que las dos competían como mujeres inteligentes y formadas a la europea. Un choque de personalidades que ha servido de excusa para ver toda suerte de culpas entre unas mentes degeneradas por siglos de verdades absolutas. ¿Mujeres? ¿Judías? ¿Rojas? No sería más fácil pensar en dos personas inteligentes más allá de su sexo y sus antecedentes religiosos.
Sin llegar al radicalismo de Margarita encontramos otra figura dentro del naciente sentimiento feminista, Colombine, la primera profesional del periodismo que hubo por estas tierras, aunque profesionalmente nunca dejo de ser una profesora de la Escuela Normal, lo que le permitía cierta independencia a la hora de expresar ideas sin la presión de quedarse sin ingresos cuando molestaba a alguien. Una carrera impecable que el recio machismo hispánico reduce a su relación sentimental con Gómez de la Serna, anécdota que eclipsa su obra, su militancia y su lucha por mejorar la condición de la mujer en la España carpetovetónica, como republicana, no la gustaba el término feminista. Muere de un infarto en un mitin del Círculo Radical Socialista, donde acababa de intervenir.
Mujeres que reclaman, pero sobre todo que renuncian. Cada una de ellas tuvo que ceder más que sus contemporáneos masculinos, aunque alguna estuvo desde un principio predestinada a cumplir un papel social. Es el caso de Federica Montseny[4], hija de la Revista Blanca, su nombre es el alias de su padre, su infancia un permanente mitin libertario. Su obra de ficción ha quedado eclipsada por la política y la idealización de su compromiso. La primera mujer en ejercer de ministra en España y una de las primeras que lo hacía en un mundo de naciones machistas, en abierta contradicción con su ideología antiautoritaria; una decisión que los distintos fanatismos, de los que nos enorgullecemos todavía, siguen analizando con la pueril soberbia del que nunca hizo el esfuerzo de pensar por su cuenta. Sus libros están marcados por la ingenuidad militante, una especie de catequesis anarquista que hoy en día despierta, como mucho, una sonrisa por lo obvio de sus planteamientos… Pero lo que cuenta es obvio y común gracias a que personas como ella lucharon para que lo que en su momento fue revolucionario ahora sea aceptado por la inmensa mayoría, aunque siempre quede algún folklórico que idealice el medioevo.
Desde la racionalidad, analizando el contexto histórico, únicamente encontramos un grupo de mujeres que tienen en común su sexo e, igual que los hombres, su literatura estuvo marcada por sus experiencias vitales y las circunstancias históricas que les tocó vivir.
[1] Sofía Guadalupe Pérez Casanova de Lutosławski (1861-1958) Escritora de origen gallego que vivió en primera persona los grandes conflictos de su tiempo. Ideológicamente era pacifista en un tiempo convulso, una forma de pedir a gritos el olvido.
[2] Concha Espina, Luna Roja (Novelas de la revolución), Librería Santarén, Valladolid, 1939
[3] Carmen Eva Nelken Mansberger (1898-1966) Actriz y dramaturga que se implicó en el mundo cultural de una España que difícilmente nada que no emanase de las más rancias tradiciones. Con su marido, el ilustrador Salvador Bartolozzi, intento hacer pedagogía democrática desde los escenarios… Algo que los reaccionarios condenaron como revolucionario ya que alejaba al rebaño de la verdad absoluta.
[4] Federica Montseny Mañé (1905-1994), hija de Juan Montseny y Teresa Mañé promotores de la Revista Blanca, uno de los más sólidos instrumentos de propaganda libertaria. En realidad sus padres fueron Federico Urales y Soledad Gustavo, pseudónimos con lo que firmaban sus progenitores. Comienza a publicar ficción en La Novela Ideal, colección literaria vinculada a la revista editada por sus padres, aunque es más conocida por su obra política y de exilio. En una sociedad que venera el sufrimiento su vida, larga y anclada en un momento histórico que no supo superar, no sirve para los absurdos martirologios con los que se construyen los panteones revolucionarios.