Jesús Montiel, Memoria del pájaro, Madrid, Hiperión, 2016.
Cada primavera, en torno a la fecha del nacimiento de Hölderlin, se reúne el jurado del ‘Hiperión’, que este año ha recaído en el granadino Jesús Montiel, con su libro Memoria del pájaro, poeta sin duda letraherido: ya en el primer poema resuena Luis Rosales y el segundo se consagra a la memoria de Marcel Proust. Sobre su poética son muy indicativas las dedicatorias finales, con nombres de escritores y críticos representativos de un estilo arraigado, ceñido a lo cotidiano, que Montiel conjuga con mucha imaginación e ingenio, sustentados con frecuencia en metáforas, símbolos y símiles ciertamente brillantes, con tendencia a lo sentencioso, y muy bien traídos.
El premio ‘Hiperión’, dicho sea de paso, es sintomático, por desgracia, del panorama lírico actual. Gozó de merecido reconocimiento con la llegada de la democracia, como heredero del predicamento del ‘Adonais’, con el que comparte la intencionalidad de descubrir a poetas menores de treinta y cinco años, gracias sobre todo al indudable acierto en el fallo de las primeras convocatorias, por los nuevos aires que aportaban los ganadores.
Pues bien, sin entrar en casos puntuales, ha conservado claramente el rigor y la exigencia, es un galardón de referencia, con garantías, y, sin embargo, da la impresión mediática de que ha perdido crédito. El motivo me parece que no es el descenso de nivel en el criterio del jurado sino el ‘totum revolutum’ en el que se ha convertido el mundillo editorial lírico, el corralillo, más bien gallinero, literario en general, un sindiós en el que no voy a entrar aquí, pero que me aventuro a pronosticar que va a liquidar, a partir de la pérdida del principio de autoridad y de la jerarquía estética, la poesía y la literatura de verdad en su conjunto. Al respecto, para no extenderme, alego simplemente uno de tantos versos lapidarios y clarividentes de Gonzalo Rojas que decía más o menos así: “Todo lo copioso es poco fidedigno”. Y tanto.
Si a esto añadimos la discriminación masculina en el terreno poético –naturalmente no extensible a otros-, evidente, basta aducir dos casos que me vienen ahora a la cabeza, podría señalar más, de libros excelentes premiados con toda justicia y que han pasado casi desapercibidos: Una hoja de almendro de Jorge Fernández Gonzalo y Baile de máscaras de José Manuel Díaz, frente a la cancha que se les ha dado a otras poetas galardonadas. Puesto que el tiempo es el único juez y crítico inapelable, es algo flagrante, y a la vez prueba de lo que afirmo a contracorriente, a dónde ha ido a parar la obra de algunas de estas poetas tan promocionadas.
En consecuencia, me temo que lo tiene crudo el ganador de esta XXXI edición, Jesús Montiel, que además ha pasado de los treinta, hándicap a añadir, porque a menor edad, mayores expectativas se crean de que vuelva Rimbaud, según la doxa de que la juventud es un valor poético per se, por encima de otros méritos. Para mí, no obstante, todos estos inconvenientes y desventajas son un acicate, suelen alentarme a la hora de buscar nuevas voces originales. Tras leer Memoria del pájaro creo que Montiel, aunque no conozca sus tres poemarios anteriores, también premiados, tal vez no haya encontrado aún su voz, pero sin duda posee un dominio absoluto de metros y motivos clásicos como el río manriqueño o el beatus ille y al tiempo los renueva con mucha frescura expresiva y espléndido resultado.
En uno de los poemas, Montiel contrapone la actualidad desechable de las noticias con la verdad imperecedera de un atardecer campestre. Y en su prologuillo “Declaración de intenciones” reivindica, frente al Estado, la poesía, en estos tiempos tomados por el pragmatismo de índole técnica, en aras del progreso a toda costa. En este sentido, todo el libro, desde su poema inicial, a través de las preguntas imposibles de responder de su hijo, una bronca de pareja con reconciliación incluida, el reparto de tareas domésticas o la pasión sexual, es una llamada a sentir a cada instante la vida verdadera, la dicha del amor.