Begoña Sastre, alumna del taller de escritura de Yolanda Izard.
DEL HILO Y EL HUECO
Suenan y suenan las agujas. Me dan forma sin mirar y yo me pregunto, ¿por qué?, ¿para qué?… Me retuercen y me duele. Suenan y suenan las agujas. Nadie me mira. Voy cayendo en un regazo caliente y distante… ¿Por qué?, ¿para qué?, ¿por llenar el vacío, la soledad, la sensación de inutilidad…?
Siempre pensé que viviría los sueños ajenos. Suenan y suenan las agujas.
Dejé el regazo distante para ocupar un rincón escondido, apartado, de un viejo escaparate. Me asfixiaba. Inviernos fríos y húmedos; veranos en la oscuridad más profunda. Suenan y suenan las agujas. Ese monótono sonido martilleaba y desgarraba mi cuerpo.
La mujer que pululaba por allí nunca me miraba; me doblaba y desdoblaba; me hacía volar algunas veces y otras, la mayoría, me arrastraba por el suelo. Paca, oí que la llamaban; y, ¿por qué no me miraba?…Suenan y suenan las agujas…Llévame a otro sitio, todos me hacen sombra, me ahogan…Y la respuesta a mi dolorida zozobra: Cualquier día te arrincono en la trastienda, estás añejo; dos años ocupando sitio y sin poder deshacerme de ti…. ¿Más, aún? Suenan y suenan las agujas…
Una mañana tibia de octubre me zarandearon y sacaron bruscamente de mi solitario y polvoriento rincón. Me desdoblaron, estiraron mi cuello y brazos, me doblaron de nuevo y caí en un estrecho y mareante pequeño precipicio. Qué sensación desconocida, vértigo, aturdimiento ensordecedor, traqueteo, ruidos desconocidos…, y, finalmente, un golpe seco y el silencio.
Me habían dejado caer en una nube mullida. Sentía balancearme suavemente para hacerme un ovillito, y cerré los ojos.
Ya no suenan las agujas.
Empezaba a sentir frío, calor, caricias, estremecimientos… Ya formaba parte de los sueños de quien me llevaba. Lloraba y reía con ella. Era su compañero de viaje, su estufa, su pañuelo, su coraza, la alfombra mágica de sus sueños.
Ya no suenan las agujas. Ya sé para qué me hicieron.
Cuando me llevaba agarrado a sus hombros y protegía su cuello, su espalda, me pegaba como el musgo a la piedra y me estremecía con el roce de sus dedos. Sus cabellos se deslizaban traviesos sobre mí… y yo cobraba vida sobre su delicada piel. Enjugaba cada gota de sudor y mis brazos cubrían los suyos, y si me estiraba dulcemente, acababan siendo amorosos guantes.
Ya no sonarán más las agujas. Ya vivo los sueños de quien me lleva. Doblado o desdoblado, seré su compañero, su cómplice, su confidente, el jersey preferido, su enamorado silencioso. Y envejeceré a su lado.